Las respuestas corporales ante cambios de temperatura, como el sangrado nasal, el dolor de cabeza o la fatiga extrema al exponerse al sol, los escalofríos intensos o la intolerancia al agua fría, suelen ser comunes en personas neurodivergentes, debido a una desregulación del sistema nervioso autónomo, también conocida como disautonomía primaria.
Comencemos por hablar del sistema nervioso autónomo.
El sistema nervioso autónomo (SNA) regula funciones involuntarias como la respiración, la presión arterial, la sudoración, la digestión y la temperatura corporal. Está compuesto por dos ramas principales: el sistema simpático, que prepara al cuerpo para actuar frente a amenazas (respuesta de lucha o huida) y el sistema parasimpático, que permite el descanso, la recuperación y la conservación de energía.
Cuando existe una desregulación en el equilibrio entre estas dos ramas, el cuerpo reacciona de manera exagerada frente a estímulos normales. Este desequilibrio se conoce como disautonomía primaria y es más frecuente en personas neurodivergentes, especialmente en mujeres con autismo, TDAH o sensibilidad sensorial elevada (Porges, 2011; Kushki et al., 2013).
El estrés térmico ocurre cuando el cuerpo no logra adaptarse de manera eficiente a cambios de temperatura o exposición solar directa. En personas con disautonomía, estos cambios pueden desencadenar el aumento de la presión arterial y la vasodilatación repentina, lo provoca sangrados nasales, escalofríos intensos, incluso en ambientes calurosos, como reacción paradójica del sistema nervioso. Si la situación se sostiene aparece la sensación de desmayo o agotamiento, producto de una respuesta vagal extrema.
La desregulación de la sudoración y la temperatura corporal, afecta la homeostasis general. Garland y colaboradores (2021) observaron que las personas autistas presentan mayor reactividad simpática y dificultades en la regulación térmica, lo que podría explicar una mayor vulnerabilidad frente a climas extremos o estímulos térmicos repentinos.
Además de la reactividad autonómica, algunas mujeres neurodivergentes experimentan hipersensibilidad interoceptiva, es decir, perciben los cambios internos del cuerpo de forma intensa, y a veces desorganizada (Mahler, 2017) lo que les provoca latidos cardíacos acelerados, tensión o presión en zonas internas como el pecho o la cabeza, además de dolor o molestias inexplicables ante estímulos leves.
Cuando estos estímulos no son correctamente procesados o integrados, pueden dar lugar a reacciones físicas como el sangrado, el temblor o el colapso sensorial.
Estas respuestas no deben ser minimizadas ni interpretadas como exageraciones. Al contrario, son señales válidas de un sistema que está intentando protegerse. Los abordajes terapéuticos, independiente del tipo deben incluir:
- Evitar cambios térmicos bruscos, permitiendo que el cuerpo haga una transición lentamente entre entornos.
- Ejercicios con apoyos físicos y sensoriales: como compresas frías suaves, telas naturales, hidratación constante, presión profunda o peso distribuido.
- Uso de técnicas de regulación vagotónica, como la acupuntura o prácticas como el yoga o ejercicios físicos que ayuden a restablecer el equilibrio autonómico de forma progresiva y segura.
- Entrenamiento en interocepción y autorregulación sensorial, como el que propone el programa Clara Sensorial, combinando mindfulness corporal, movimientos suaves y estímulos adaptativos.
Es importante trabajar la etiqueta sobre las mujeres neurodivergentes como demasiado sensibles o intolerantes. Simplemente sus cuerpos procesan más información, más rápido y más profundamente de lo que pueden asimilar, por lo que el sangrado, los escalofríos o el malestar no son fallas del sistema, sino estrategias de protección, para que hagan una pausa. La clave está en comprender, acompañar y ofrecer herramientas para habitar el cuerpo con mayor seguridad, antes que patologizarlas o darles diagnósticos vinculados a condiciones de salud mental.