Cuerpo, sentidos e imaginación: una búsqueda de integración

La experiencia sensorial en las personas autistas no siempre se ajusta a lo que se espera. Para mujeres como yo, habitar el mundo implica moverse en un entorno que abruma o desconcierta, los olores fuertes, espacios desordenados, ladridos repentinos, luces que parpadean o simplemente personas que hablan muy fuerte, te conectan rápidamente con la sensación de agobio. La sobrecarga sensorial no se filtra con facilidad; si no se gestiona, se desborda.

Con el tiempo comprendí que procesar lo que me hace sentir el entorno se le llama integración sensorial. Esta integración es el proceso a través del cual el cerebro organiza e interpreta los estímulos que recibe del entorno, y que permite una interacción fluida con lo que nos rodea. No se trata solo de percibir, sino de poder responder de manera coherente a lo que sentimos. Cuando ese proceso se altera, como sucede con frecuencia en personas del espectro autista, lo que se afecta no es solo la percepción, también el comportamiento, el ánimo, la forma de establecer vínculos, y en ocasiones, la vida entera.

Desde niña, el movimiento y la expresión a través del cuerpo fueron mi forma de salvavidas. La danza y el teatro no eran un pasatiempo, sino una manera de darle forma a lo intangible. Moverse era una vía para liberar, para organizar, para sentir sin ser invadida. Actuar era un modo de nombrar emociones con un principio y un final, que no siempre eran fáciles de ubicar en lo cotidiano. 

Y en medio de todo eso, hubo otro refugio silencioso: la imaginación. La capacidad de abstraerme, de construir universos internos con detalles y colores que no tenían lugar en la realidad inmediata, fue un alivio muchas veces inadvertido. Esta forma de viajar hacia adentro, de crear mundos alternativos, fue, y sigue siendo, una estrategia de regulación tan válida como cualquier técnica aprendida. Porque hay momentos en que el cuerpo necesita calmarse, y otros en que simplemente necesita escapar. Poder imaginar es también una forma de cuidarse.

Busqué estas disciplinas inconscientemente porque me ofrecieron, sin saberlo, un entrenamiento profundo en sensibilidad, en auto escucha, en lenguaje no verbal. Me enseñaron a reconocer tensiones, a diferenciarlas, a transformarlas en acción o calma a respirar. Me enseñaron, sobre todo, a habitar el cuerpo desde la posibilidad, no desde la incomodidad.

Más adelante, en la vida adulta, el camino se amplió hacia otros saberes. La medicina china me llegó como un nuevo marco para comprender lo que el cuerpo expresaba. Las nociones de energía, meridianos, emociones alojadas en órganos, o la relación entre el Shen (mente, conciencia) y el entorno, me permitieron traducir lo que hasta entonces sólo había intuido. Aprendí que no era necesario escarbar en el pasado para aliviar el presente. Que el cuerpo tiene sus propios ritmos, y que la mejor forma de cuidar la mente es calmar la energía que circula por dentro.

Así, con el tiempo, entendí que regularse no es solo practicar una rutina o respirar profundo. Es construir un entramado de recursos, corporales, energéticos y simbólicos, que sostengan lo cotidiano cuando se vuelve difícil. Es reconocer las señales del cuerpo antes de la angustia. Es habitar desde la atención y no desde la exigencia.

Al mismo tiempo, la formación en comunicación social me brindó herramientas para traducir, para establecer mi relato propio, para contar bien mi historia. Contribuyó a explicar lo invisible, a nombrar con precisión lo que duele, y lo más importante: a construir puentes entre experiencia y lenguaje. Comprender los principios básicos de la comunicación hicieron que hoy pueda hablar con claridad, compartir mis procesos de forma más cercana, a generar espacios de comunicación donde otras también pudieran reconocerse.

Mejorar la forma de estar en el mundo siendo neurodivergente no es un camino recto ni muy rápido, tampoco es único, pero cuando se reconoce, se descubre la fórmula propia, cuando se puede nombrar, deja de ser solo una respuesta aislada frente al caos, y se transforma en una forma de vida más llevadera e incluso feliz.